LA REINA ANA
Dicen que en un lugar hubo una Reina que desde que
nació, era fea, tenía una hija y dos hijos,
los cuales vivían en el palacio con
ella, pero ningún consorte le acompañaba.
Su reino no era como el de otras reinas, es decir heredado
de su padre, madre o marido, tuvo que forjarlo de la nada, sola y con poca
ayuda de personas que la amaban, todo por haber desobedecido a su padre, ser
autónoma y seguir sus propias reglas y normas, esta desobediencia, le trajo problemas
que desembocaron en su destierro del reino de La Cruz, que era el nombre de su
tierra natal.
Su padre era un rey, poseedor de grandes palacios y
tierras extensas, incluido un harem de mujeres dispuestas para él; y Ana como
todos sus hermanos, era una trabajadora más en el reino de su padre.
La Reina Ana siempre demostró ser muy inteligente,
activa y autosuficiente, y su padre confiaba en ella para tomar decisiones
importantes; pero era él, quien siempre decidía donde, cuando, a que hora, ella
y los demás, debían ser, existir, respirar; incluso escogió a la persona con quien
Ana debía casarse.
Precisamente fue cuando Ana abandonó a su marido en
los calabozos por abusivo, y se puso a salvo junto con su hija e hijos, que su
padre le quitó todo apoyo y posibilidad de trabajo en La Cruz; esto fue un duro
golpe para Ana quien amaba profundamente a su padre, pero este impase al mismo
tiempo, fue el primer respiro de libertad en toda su vida.
Ana tenía por primera vez la oportunidad de ser
quien quisiera ser, hacer lo que mas le apasionara, vivir sin ser juzgada,
sometida y teniendo que esforzarse para gozar lo que no le brindaba ningún placer.
Los primeros años fueron de trabajo incansable, de
agotamiento y pocos frutos, pero siendo tan talentosa, inteligente y decidida,
logró forjarse un camino; siendo carismática y con buen rato con la gente,
empezó a tener influencia en la comunidad donde se fue a instalar, y poco a
poco las personas la dejaron coordinar, decidir, proponer, llamándola “mi
líder” al principio, para luego llamarla “mi soberana”.
Batallas y estrategia, habían acompañado a la Reyna
Ana para llegar donde estaba, había tenido que ser una estratega valiente y aguerrida,
y la más diestra en combate, para hacerse de su propio territorio y reinar
pacíficamente, para beneficio de la comunidad, que después de tantos logros, la
adoraba.
Había trabajado incansablemente y su único objetivo
era el trabajo, la estrategia, la lucha, logró que su presencia fuera
importante en muchas esferas de poder. Pero llegó el momento en que empezó a
delegar responsabilidades en su hija, para que ésta creciera y se inventara un
camino; esto le trajo un poco de respiro y tiempo libre, fue en los momentos de
descanso donde su mente solo se concentraba en el baño de burbujas o el olor de
los pinos, que volteó a ver a su lado y echó de menos tener a una pareja.
Pero no una pareja impuesta por su padre o por el
deber ser, en su lugar, extrañaba una pareja impuesta por sus deseos y sus
gustos, una pareja cortada a la medida… y ella sabía que forma debía tener,
sabía qué debía pedir a la diosa única; desde niña, lo había sabido.
Diosa
madre, la dadora, dulzura y fuerza, calamidad y estructura, tu la única, la
dual, perfecta e imperfecta, la vida, la muerte, te pido me concedas nuevamente
la dicha de tener a una mujer en mi lecho.
Porque la reina Ana no buscaba compañía, amigas
tenía muchas, tenía con quien hablar de temas profundos y que le diera mimos,
todo eso lo tenía de sobra, ella buscaba alguien con quien hacer “El pacto del
tacto”, como decía la poetiza Pita.
Ella deseaba tener a alguien con quien compartir su
piel y sus deseos, y que este regalo fuera recíproco; el torrente de recuerdos
de su infancia y adolescencia inundaron sus pensamientos, memorias de niñas que
daban besos detrás de los establos del palacio, y de Lisa, su maestra de
equitación, su primer amor. Ana solo contaba con 7 años cuando se enamoró
platónicamente de ella.
El recuerdo de la tarde en la que Lisa la subió a la
Yegua blanca Camila, para dar un paseo a todo galope, los brazos blancos y
fuertes de su maestra rodeándola protectoramente, el viento en la cara y la
sensación en su espalda del cuerpo de su maestra moviéndose al ritmo de la
yegua, la llenaban, nuevamente, de las ensoñaciones de su pelo rojo y aromático
al aire.
Hermosos recuerdos del despertar a la conciencia de
sus deseos; fue ella, Lisa, quien dejó una huella en el cerebro de Ana para
siempre, sintiéndose desde entonces irresistiblemente atraída por mujeres de
cabello rojo, piel blanca y curvas acentuadas.
Justo así fue su primer amor, una aprendiz de amazona,
de cabellos rojizos y piel blanca, con quien descubrió el arte de amar, en todo
su extensión, no hubo rincón en todo el
palacio de La Cruz, donde no practicaran un orgasmo y diferentes formas de
experimentarlo.
Debido a que eran insaciables y descuidadas, fueron
descubiertas y eso marcó el destino de ambas, la amazona de cabellos rojos fue
enviada a navegar las aguas infinitas, y luchar con temibles monstros de
tierras desconocidas, y Ana, fue desterrada de palacio por primera vez.
En esa época ella era tan joven que cuando su padre
le propuso que se casara con quien el señalara y solo así la perdonaría, Ana no
lo pensó dos veces, y cargó con su decisión 8 años.
Pero el recuerdo de Lisa y Olva la amazona, le
ayudaron a pasarlos, así como ahora eran un puente hacia sus deseos y pasión, ahora
Ana estaba llena de vida y de ganas de salir y oler, tocar, sentir la piel de
una mujer, gozando junto con ella, el único placer que se había negado todos
estos años.
Inmediatamente se fue a buscar a las mujeres espejo,
que como ella, aman los cuerpos que las reflejan, que desean y se enamoran de
mujeres, de sus reflejos.
Y las encontró, como un manantial inagotable de
vida, de placer y vitalidad, y sin límite, probó la miel de muchas de ellas,
cada noche una mujer diferente, por lo menos un beso, un baile, una caricia. Las
experiencias se acumulaban como un río cargado después de la lluvia… que
delicia, la morena delgada.., la regordeta de la nalgas hinchadas, la
chaparrita de pelo rizado, la de piel blanca y senos grandes venida de tierras
lejanas, la mujer de cabello corto y cuerpo atlético, que se comportaba como
hombre, la alta y gorda alocada en la cama, etc.
Así pasaron esos, los días de diversión y
descubrimiento, de tristezas y sinsabores, porque el amor, el deseo y el sexo,
no siempre son como tocar el cielo, a veces son el inferno en la tierra. En
este ritmo y tenor andaba la reina, cuando una tarde noche, la vio por primera
vez.
Una mujer blanca, de cabello castaño rojizo, que le
prendó los ojos, una mujer viento y agua, con un tornillo mal colocado, poseedora
de una tormenta interna, pero también de calma y brisa, ella con su beso erótico
y tierno, envolvieron y hechizaron los dos corazones de Ana, el rojo que no
dejaba de palpitar nunca y el coral que solo palpitaba al contacto con una
mujer.
Cecilia, la mujer aire-agua, resultó ser interesante
y apasionante para Ana, una mujer que también estaba intentando revelarse
contra las reglas del deber amar y dejarse llevar por lo que sus deseos le
dictaran. En el reino de Ana, las cosas eran abiertas y sinceras, todo el mundo
sabía que a ella le gustaban las mujeres espejo, y que ella era una.
Toda la comunidad lo entendía, lo aceptaba y estaba
bien con la felicidad de la reina, y a quienes no les parecía adecuado
simplemente se fueron del reino, pero en el caso de Cecilia, la crítica y el
acoso, no la dejaba ser abierta en todos lados, pero su fuerza y convicción, su
trabajo y pensamientos libres (aunque no todas sus acciones) hacían que Ana ni
se fijara en esas cosas.
Ana sabía el precio a pagar por ser quien eres,
recordaba sus años de juventud y decidió jamás presionarla para ser como ella,
no todas pueden ser forjadoras de un reino propio y aguantar la soledad y el maltrato
que significa el destierro. Cecilia no tenía que hacer eso, y menos por ella,
para Ana bastaba con amarse libremente y ser juntas la una para la otra.
Pero contra todo pronostico, no todos estuvieron de
acuerdo en el reino de Ana, una cosa eran los devaneos de la reina en los
límites del reino, y otra era traer y desear unir su reino junto al de la otra,
la estirada Cecilia, a la que se le vía a la legua tenía un tornillo zafado, unir nuestro reino al de ella ¡jamás!
dijeron muchos, entre ellos, hermanos de Ana, su propio padre y sus hijos, sobre
todo uno, que enojado desde el día en que su madre abandonó a su padre, se
reveló; pero no contra Ana, sino contra si mismo, destruyéndose el cuerpo, le
cerebro y posibilidades de futuro.
Nuevamente iniciaron las luchas y los insultos, los
levantamientos en armas y la destrucción de sembradíos, incluso un día una de
sus hermanas mandó a quemar el aposento de la reina.
Peor Ana, logró sacar a todos los inconformes de su
reino, quitó de todo recurso a sus hermanos y hermanas que la juzgaban mal, y
rompió todo vinculo comercial con su padre, quien airado, argullo un plan para
que la descarriada Ana regresara al redil de las mujeres “decentes” que habían
nacido en su reino.
Mando buscar a la amazona, Olva, al amor de juventud
de Ana, Olva jamás fue una mujer con muchos escrúpulos, y por unas monedas o
por tener una mujer hermosa una tarde, era capaz de vender a su madre, (que no
era más escrupulosa que ella); el plan urdido por el rey era atraer a Ana teniendo
a Olva como señuelo, que ésta volviera a enamorarla para luego llevarla a los
terrenos de su padre.
Una vez bajo el hechizo de Olva y en los territorios
de La Cruz, Ana despojada de todo su poder, (porque su reino sería invadido y
destrozada), tendría que acatar las reglas de su padre nuevamente.
Olva fue una obsesión para Ana toda su vida, y no
fue hasta que conoció a Cecilia que dejó de soñar con ella y de alucinar el
olor de su piel; ella, Olva fue su compañera imaginaria todos los años de lucha
y trabajo, puesta en un altar y venerada como la única. Pero Ana no era tonta,
sabía que ese recuerdo solo era para sobrevivir, para concentrarse, para lograr
sobrevivir.
Al tener a Olva nuevamente frente a ella, dispuesta
y con el cuerpo desnudo iluminado por la luna, con palabras lisonjeras en la
boca, Ana desconfió.
-
Somos
adultas desde hace tiempo, (Dijo Ana, dejando fluir los reproches de antaño, los
que nunca pudo decirle), así como llegaste hoy, pudiste venir ates, ¿qué te
impidió mostrarme el amor incontenible que dices tenerme?
-
Quería
vivir, probar otros cuerpos, era muy joven, no quería atarme a nadie, pero siempre
has sido el amor de mi vida.
-
Me
dolió mucho tu partida, pero más me dolió tu silencio, la distancia que
forjaste entre tú y yo. En cuanto fui libre te busque, y encontraba solo vestigios
de ti; al verte perdida me doblegue a las ordenes de mi padre y me casé, si me
hubieras amado, otra sería nuestra historia.
-
Yo
te amo y te ame siempre, pero mis objetivos eran otros, déjame darte un beso,
para que recuerdes nuestro amor, déjate llevar por el deseo y la pasión que sé
que guardaste para mi todo este tiempo.
Ana se acercó a Olva; ya no era la joven amazona que
ella amó, pero seguía teniendo cariño por ella, y por supuesto que recordaba el
deseo y la pasión reprimidos. Pero no caería en la trampa, su cerebro de
estratega, y sus experiencias en la vida, le advertían del peligro y veía claro
como el agua, quien estaba detrás de todo esto, su padre, el manipulador, su amado
y odiado padre.
Tomó a Olva entre sus brazos dejando sus labios
cerca de los de ella, inspirando su aliento, Olva temblaba de deseo con la
respiración entrecortada.
Olva, (dijo Ana con voz melodiosa) dile a mi padre
que no caeré en su trampa, que no dejaré mi reino por ti, que amo a Cecilia y
que si quiere guerra la tendrá, mi ejército está dispuesto y yo no bajaré la
guardia. Y tú, espero que el oro que pediste por estar aquí, te sea de provecho
y te dure un buen tiempo, porque ni de mí, ni de mi padre, conseguirás nada
más.
Olva tuvo que regresar derrotada frente al padre de
Ana, quien ardió en furia y comenzó una guerra
contra su hija, la cual fue sofocada
en poco tiempo.
A pesar de la guerra Cecilia y Ana siguieron juntas, compartiendo las mañanas,
las tardes y las noches para crearlas juntas. Así es como lograron atravesar
por la guerra y las peleas intestinas en el reino de Ana, y un día, llegó la
paz, quisiera decir que entonces vivieron felices para siempre, pero la vida,
como la diosa, el viento y la mar, no son así.
Por ello diré que siguieron vivas, respirando y
amando, enfrentando y llorando juntas muchos años de su vida… Y lesbin, lesbiana,
este cuento se ha alesbianado.
Elena Vega
Si has leído hasta aquí, tal vez lo que escribí te pareció
interesante, entretenido, útil, de beneficio para ti o alguien que conoces.
Si es así, ayúdame a seguir
escribiendo, te pido que le des difusión al artículo, me recomiendes, le des a
me gusta, hazme una propuesta de colaboración, o trabajo remunerado.
Me puedes escribir a
sociedadequilibrio@yahoo.com.mx, llamar al 0445520718202, 5571575096 Celular
del D.F. y zona conurbada.
https://es-la.facebook.com/people/Elena-Vega/100009279222360
Gracias
Elena Vega
No hay comentarios:
Publicar un comentario