lunes, 17 de julio de 2017

Cuento infantil: MARY LA NIÑA DE LA YEGUA BLANCA

Mary

La niña de la Yegua Blanca


El susurro de los árboles le ha contado al viento, y el viento que es tan juguetón se ha colado por la ventana, para contarnos estas cosas que estamos por saber, es la historia de una niña; Mary, y de cómo conoció a su entrañable amiga Camila.

Si nos asomamos, cual discreto rayito de luna, a través de la ventanita del rellano de la escalera, veremos a Mary observar sus pantalones de mezclilla metidos en las botas negras, (ésas, las que lleva todos los fines de semana al rancho de su abuelo), mientras baja las escaleras y se coloca el suéter, sabe que debe llevar bien atadas las botas y bien puestos el suéter y el pantalón, porque si no, su abuelo la puede regresar a casa, y entonces Mary se  perdería de todo lo bueno, interesante y divertido de los fines de semana en el rancho.

¡Escucha!, a lo lejos se puede oír el: ¡tolón!, ¡tolón!, ¡tolón! de las campanas de la iglesia del pueblo, la inquieta niña de ojos color de almendra ya lleva en pié muchas horas, por lo menos 3 antes de que el campanero llame a misa.

En caso de que te preguntes: ¿por qué se levanta tan temprano?, La crujiente madera del piso de la casa vieja, te contará que desde los tres años, que dicen las tablas fue la época en la que Mary conoció a su abuelo, a ella no la despiertan los gallos con su ¡ki kiri ki!, ni el despertador con si estruendoso ¡RRRIIINNG!, o su padre con su clásico: ¡Arriba que empieza un nuevo día!, invariablemente la despierta el: ¡Crack, toc!, ¡Crack, toc!, que hacen las botas de su a abuelo. El se despierta muy temprano, casi de noche, y siempre le dice a la pequeña que es para: ¡ganarle al sol!

Mary es curiosa, y a diferencia de sus hermanos, Alejandro, Ricardo y Ana, que prefieren las cosas de la ciudad donde viven: las bicicletas, los patines, los amigos de la cuadra, las canicas, etc., a ella le encanta el campo, levantarse antes de que la luna se esconda en el horizonte, y perseguir borregos cuando el rocío aun está en el pasto, por eso su abuelo la espera todos los días de asueto, para que aprenda los secretos que la capital no puede regalarle.

Desde que Mary tenía 5 años, su abuelo la subía con él en Lady Elizabeth, una yegua, muy amigable, que le permitía a su abuelo montarla, desde esta especial montura, la pequeña lo acompañaba a ver los sembradíos de maíz, la ordeña de las vacas y la recolección de los huevos que las gallinas dejan cacareando.

El cabello café a los hombros y una gorra en la cabeza eran la protección de Mary ante el frío de la madrugada, aunque los cachetes y la nariz siempre le terminaban rojos de frío, nunca dejó de despertarse y salir corriendo detrás de las grandes botas tempraneras.

Una mañana fría de enero, Lady Elizabeth dio a luz una hermosa yegua blanca, a la cual bautizaron como Camila. El abuelo de Mary se la presentó a ésta, cuando era apenas una potrilla con las patas flacas y nudosas, que no se separaba más de metro y medio de Lady Elizabeth; al presentarlas su abuelo dijo:

~        Mary, ella es Camila y puede ser tu amiga si tu quieres, tan amiga como…

~        ¡¿En serio abuelo?!, ¿Mi amiga?, (interrumpió impaciente la pequeña)

~        Si, tal y como Lady Elizabeth es amiga mía…

~        ¿Iré a pasear con ella, y también podré hablarle al oído como tú?

Volvió a interrumpir Mary mientras daba saltitos alrededor de su Abuelo, ante la mirada dudosa y vigilante de Lady Elizabeth.

~        Sí, (contestó el, con un tono complicado y tierno), pero, por el momento, las dos son muy potrillas como para montar y pasear.

~        ¿Qué es POTILLA?

~        Una P O T R R R I L L A, es una niña chiquita de seis años muy preguntona, dijo el abuelo y se echó a reír estruendosamente.

A veces Mary lo veía reír así, pero nunca se explicaba porque, ella lo dejaba y no preguntaba más, ya que podía correr con la mala suerte de ponerlo de malas por preguntar tanto.

Ese día empezaron las enseñanzas, su abuelo la instruyó sobre la alimentación de Camila.

Como tocarla fue otra cosa, su abuelo le explicó, en una larga caminata por los senderos del cerro, que los caballos son seres nobles y también orgullosos, que es importante tenerles respeto y cariño para poder acercarte. Le contó que los caballos y las yeguas pueden ser peligrosos si los haces enojar o se sienten inseguros, también le advirtió que no debe asustarles y jamás ponerse detrás de ellos porque las patadas pueden ser muy peligrosas.

Al día siguiente practicaron con Lady Elizabeth, que es una yegua elegante, calmada y reservada, a quien Mary conocía desde pequeña, fue fácil acercarse y pedirle permiso a la hermosa yegua gris para poder tocarle la cara; pero ni su abuelo, ni Lady Elizabet permitieron, todavía, que se acercara a la potrilla.

Tuvieron que pasar varios fines de semana, en los que, su abuelo la instruyó sobre como convivir con los caballos. Cuando la novata amiga de los corceles, logró acercarse de forma segura y controlada, su abuelo y Lady Elizabeth, la dejaron aprender a como cepillar a un caballo, y cundo dominó la técnica, le enseñaron como se hace para que la inexperta potrilla blanca “Camila”, aceptara llevar a alguien en su lomo y, como mantenerse en él, auque Camila corra o sea juguetona.

Hablar con las yeguas y los caballos, era una de las lecciones más importantes para poder ser jinete y su abuelo tuvo especial cuidado en este punto.



Bajo un árbol llorón, su abuelo parecía un mago pronunciando palabras mágicas, era una tarde soleada, viendo al horizonte, le dijo que es importante ser clara, fuerte y muy cariñosa al hablar con una yegua.

 ~        Y... ¿cómo se hace eso? Preguntó con los hermosos ojos llenos de ansiedad por saber.

~        Se dice en las leyendas que los unicornios solo se dejan tocar por alguien puro y ellos saben muy bien quien se interesa por ellos genuinamente y quien no, eso es ser puro.

Antes de que su abuelo pudiera decir algo más, la pequeña comenzó a saltar y gritar como si fuera descendiente de una cabra salvaje.

~        ¡Los unicornios existen!, ¡existen!, quiero ser amiga de uno, por favor abuelo ¡enséñame!, ¡aprenderé rápido!, ¡los unicornios existen!

~        Pero chiquilla!, según tengo experiencia, si un tema te interesa, no pararas de hacer preguntas así que de la existencia de los unicornios hablaremos otro día

~        Pero tú dijiste…

Al amoroso y experto hombre de campo se le coló una risa en los ojos, como de quien sabe que ha sembrado una ilusión, y contestó: No, hoy no, otro día.

Pero claro, no importaba lo que su abuelo dijera, después de mencionar unicornios seguido de la palabra caballos, Mary ya tenía planeada la búsqueda del unicornio perdido amigo de su abuelo, junto con los niños de la comarca, que siendo francos siempre la seguían en todas su iniciativas, aventuras y experimentos.

Algunos meses pasaron y cada vez Mary se fue acercando más a Camila que al principio salía corriendo a esconderse detrás de su mamá, luego correteaba con Mary alrededor de Lady Elizabeth como jugando a las atrapadas, hasta que la mareada madre le ponía un alto con al nariz y la instaba a jugar con Mary en el pasto más allá de ella.

Mary comenzó a hablar con Camila con las palabras que le nacían del corazón y la yegua blanca la escuchaba muy atenta, ganándose con facilidad su confianza.

Poco a poco Mary se fue haciendo cargo de cepillar a Camila y fue testigo de las lecciones que la pequeña yegua tuvo que aprender de su madre: como correr, trotar, y brincar; que pasto es el bueno y cual no.

Le toco asistir al veterinario para las vacunas y revisiones que hizo el médico a la yegua, por eso ésta crecía sana y fuerte.

Ambas aprendieron juntas a ser compañeras y lo difícil que es aprender algo nuevo, y para ambas ¡todo era nuevo!



Las dos tenían pasiones similares, correr, el viento, el pasto y explotar el mundo, siendo cada vez más sabias y seguras sobre como caminar, pisar y correr en esta tierra.

Mary, que en ese entonces tenía 6 años aprendió ávidamente, y Camila, creció convirtiéndose en una joven yegua rápida y ágil, para cuando Mary tenía 8 años era capaz de convivir perfectamente con la yegua. Fueron siempre leales una con la otra y así fue como creció su amistad y se hicieron inseparables.

Ahora, por lo menos uno de los días del verano, están juntas desde el amanecer hasta el fin de la jornada, dejando las cosas del rancho a un lado. Salen muy temprano, sin hacer ruido, para no despertar a los hermanos, ni al padre de Mary, que duerme plácidamente. Mary sale junto con su abuelo a quien solo con una mirada comunica que ese día es solo para Camila y ella.

Todavía es de madrugada cuando ya están fuera, por eso saludan a la luna que aún alcanza a sonreírles, a veces con una cara redonda que lo ilumina todo y en otras con una rendijita de luz tímida, como un gesto de ojos de complicidad.

Ambas corren por el terreno de pasto inmenso durante horas, recorriendo prados con flores y árboles, visitan a la Ceiba donde vive Risha la gata negra, llenándose de experiencias y recuerdos; al anochecer, llegan al claro del arroyo, donde el agua se encuentra con piedras en desnivel, se estanca y suena suave, dejando ver el reflejo de la luna, en ese lugar las luciérnagas viven en gran cantidad, y hay un lecho de pasto para ambas.

A Mary le gusta llenar la crin de Camila de luciérnagas, escuchar el agua suavecita y acurrucarse en el pasto mientras observa las estrellas o a la luna, prometiéndole a Camila que solo será un momento, pero casi siempre Mary se queda dormida viendo el cielo rodeada de árboles y acompañada de su inseparable miga llena de luces en la cabeza.

Cuando pasa el ocaso y el último de los rayos del sol se esconde, y Mary no regresa a casa, su padre se preocupa, pero el abuelo le tranquiliza diciéndole que ellas están bien, porque van acompañadas una de la otra y que aunque son jóvenes son cuidadosas y responsables.

Entonces el abuelo se coloca un zarape, agarra una manta y le dice a su hijo que si quiere puede acompañarlo para encontrarla, el padre siempre sale tras el. El abuelo es la persona que más conoce a Mary en este mundo, y al padre de Mary siempre le sorprende como hace su padre para encontrar a su pequeña, el abuelo observa el cielo unos instantes, respira profundo el aire y así, de inmediato, sabe a donde ir por ella, el abuelo monta a Lady Elizabeth y susurra una palabras al oído de su vieja amiga y el padre de Mary monta a Ranfiel.

Después de llegar a una pequeña pendiente, descubren a Mary profundamente dormida en el pasto, Camilla llena de luciérnagas, parada cerda de la cabeza de la niña.

El abuelo baja de Lady Elizabeth, toma a Mary de su improvisado lecho y la acomoda en sus brazos, mientras le dice unos versos:



Ahora en mis brazos niña amada,

tal vez mañana solo en tu corazón yo esté,

Recuerda,

siempre que te acuerdes de mi,

Yo vendré a ti,

Para acunarte y abrazarte

Porque te quiero y siempre te querré.

Así entregaba a la niña a su padre que lo espera en su montura, la recibe con ternura, para regresar a casa, donde a Mary le espera su cuarto, iluminado por la noche, con la silla, la cama, su colcha blanca con un arco iris bordado por ella misma, las paredes llenas de dibujos, todas y cada una de esas cosas esperándola porque ella les da vida.

Su padre la coloca suavemente en la cama y la arropa, para que tenga un buen sueño, le da un beso en la frente que es más para el que para ella, mientras le desea una buena noche con estas palabras: Mary, soñando que sueñas que estas en un sueño, a veces ocurre que es realidad, ésta es, si tu te lo propones el mejor sueño que hayas tenido, siendo plena y libre, siendo tu. Los sueños salen del pecho y se podan en tus manos, pies y boca, llenan tus ideas y transforman tu rededor, Hija mariposa, ya te salen alas, pulpa palpitante, tu realidad es arcilla, que está en manos de una experta artista alfarera, ábrete y transforma… vuela…

 Mientras esto pasa, Camila en su propia cama cuenta a su madre sus aventuras, le cuenta acerca de las luciérnagas y el capo, de las flores y la luna… hasta quedarse dormida.

Ambas Mary y Camila, subidas en el mundo de los sueños corren o vuelan praderas, valles y nubes esponjosas, recorriendo cielos inmensos y azules.

Y así como te lo cuento lo dijo el viento, las tablas de la vieja casa, incluso las propias luciérnagas, y si te acercas y escuchas bien, tienen algo más que decirnos, dicen que el tiempo pasa igual que el sueño de una niña, así de rápido pasan los años y las incontables lunas, así los recuerdos y las cosas que vivimos se convierten en sueños de la noche pasada.

Un día la voz del abuelo, era solo un recuerdo, y el sonido de las botas: ¡crach toc!, solo son un eco en la cabeza de Mary, el abuelo murió y ella jamás pudo volver a escuchar nuevas historias de su boca, ni sentir sus brazos acurrucándola, el abuelo murió, y con el, se fueron miles de momentos no vividos.

Pero los mimos recibidos, las palabras dichas, lo que él le enseñó, eso queda como una huella que no se borra, siempre queda el sabor dulce de los buenos momentos al recordar.

Mary ha crecido, ahora cuenta historias a sus nietas, historias sobre unicornios y caballos, ríe a carcajadas y enseña a la pequeña Lara a montar, iniciando las lecciones con Camila, la yegua blanca, su amiga de toda la vida.

Ellas guardan en le corazón, en la piel, en cada decisión y cada palabra la presencia del abuelo, quien las acompaña desde los recuerdos, a recorrer esta enorme pradera que es la vida.

Escrito por: Elena Vega Ortega

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