Este cuento fue escrito para concursar en una convocatoria que lanzó la editorial: “Los libros del Sábado”, el premio era ser publicada, yo creí que era por activismo lésbico gratuito, luego supe que ellas cobran por el libro virtual y yo nada, así que difunde el cuento.
Mi primera vez
Hace ya tantos años que me parece como una película,
algo que le pasó a una mujer que
ya no soy yo, recuerdo miles de detalles de
ese día aunque soy de lo más desmemoriada, seguro es por que cambió mi vida.
Es una tarde de esas en las que no hace ni frio ni
calor, y ahí estoy, una joven de 27 años justo el día de su cumpleaños, sentada
en una de las jardineras de la glorieta de insurgentes, la que da a la salida
de la Zona Roza, esperando ansiosa, con el estómago revuelto, el corazón
palpitando y miles de ideas en la cabeza, a que Ana, con quien me cité para
celebrar mi cumpleaños, llegue.
Vestida con pantalón formal y una blusa un poco
atrevida para mi gusto (en ese entonces), transparente pero con una camisetita
sin mangas debajo, un suéter café, el cabello suelto que no acostumbraba y, con
algo de maquillaje en la cara, que tampoco solía llevar, con una sonrisa como
clavada con tachuelas por pensar en lo que pasará cuando ella, Ana, llegue.
La decisión estaba tomada, ese sería el día, EL DÍA
con mayúsculas, en que probaría de una vez por todas si esto de las mujeres era
para mí o no, esa tarde me acompañaban la confusión, las sensaciones revueltas,
pero sobre todo, las ideas agitadas en el estómago, como la mar una noche de
tormenta.
Esas mismas pero con mayor fuerza e intensidad, que no
me habían dejado estar en paz desde que la idea se coló por mi cabeza; iluminando
la vida, las relaciones, mi historia, de una luz diferente, las predominantes
desde esa tarde en la sala de una amiga, en una isla del caribe y, que
dominarían mi vida por lo menos una década: “me gustan las mujeres”, “soy mujer
y me gustan las mujeres”, y seguidas de ésas, otras cómo: “me gusta Lola”, “me
gusta Erika”, “me han gustado muchas mujeres” y ¡oh! Sorpresa: “¡a muchas
mujeres que conozco, les gustan las mujeres!”.
Si hubiera sido tan fácil como tenerlo claro, pero
luego todo lo revolví con preguntas y desencuentros, dudas y sensaciones,
inquietudes y metidas de pata, dolor, despedida, alegría, ansiedad, deseo,
miedo, enamoramiento, amor, alegría, todo revuelto en unos meses, en unas
semanas en unos días, para llegar a ese momento, yo sentada esperando,
respirando profundo para calmar la tormenta, respirando profundo para que no se
desborde la presa y, seguir esperando, y que ella llegue, y besarla, y tenerla,
y que por fin ella me lo proponga, y entonces…
Se hizo tarde, poco a poco el sol tímido de la tarde
de febrero del D.F. se hizo crepúsculo, ese momento de la tarde noche, donde
sabes que si no encuentras un lugar o rumbo adecuado, la oscuridad te tomará
desprevenida, te vulnerará y te atrapará en su velo de peligro inminente, porque
te reñirán en casa, porque deja de pasar el transporte, porque a esa hora te
enseñan que asaltan, violan, matan, aunque todo esto también pase de día.
Que decepción y que coraje, ni una llamada para
decir que llega tarde, un mensaje de texto para avisar que no llega, nada,
nada, ¡nada!, solo ilusiones que se quedan en el piso como chicles tirados y
apastados en el suelo de la glorieta.
Entonces si que se fue la confusión, todo estaba
claro, solo dos colores, rojo y gris, enojo y tristeza, después de dos horas de
espera, me levante furibunda con el enojo en todo el cuerpo, y pocas palabras
en la cabeza: soy idiota, me ilusioné a lo bestia, pero no me vuelve a pasar.
El viaje de regreso a casa, triste, con la decepción
colgada en la espalda, los pies y la mirada, y la firme promesa, esto se
termina aquí, no más salidas, no más mujeres, bien portada y heterosexual es lo
que seré de hoy en adelante.
Pero más rápido cae una promesa de este tamaño, que
una lesbiana caliente ante la llamada de una mujer dispuesta, fue solo llegar a
casa que el teléfono sonó, y del otro lado del auricular se escuchó la voz de Ana,
pidiendo perdón por llegar tarde, fue la primera vez que escuche las
excusas que debí intuir serían el pan
nuestro de cada día si me quedaba con ella, el trabajo, sin señal, no quise
retrasarme, estaba en Toluca, me quede atrapada en al carretera, te traje un
regalo, solo déjame verte cinco minutos, viaje de muy lejos, perdón…
El regreso fue un suspiro, todas las emociones
revueltas otra vez en las manos, la sonrisa, los ojos brillantes, en cabello enredado,
el retoque del labial, el corazón desbocado, para llegar al punto donde nos
conocimos una semana antes y nos vimos por primera vez, la jardinera.
Ese espacio en el universo que siempre me recordará
la noche en la que la besé por primera vez, las presentaciones, mis quejas y
las suyas, una conocida que sirvió de celestina, y luego sus labios rosando el
lóbulo de mi oreja, tratando de que yo escuchara a pesar del ruido de la música
del antro donde nos refugiamos.
¡Ella se acercaba tanto!, hablaba algo del gobierno,
los candidatos, su trabajo como periodista, pero mi espalda no sabía de
candidatos, solo entendía que su voz me hacía cosquillas y mi espalda parecía
ser un armiño retorciéndose por ser acariciado.
No pude más, voltee la cabeza, nos vimos a los ojos
un instante, mientras por dentro yo gritaba ¡Bésame!, ¡Bésame!, nos besamos.
Después del beso fui yo quien acerco mucho los
labios a su oreja y le dije insinuante: “Es
la primera vez que beso a una mujer", su actitud cambió por completo,
me llevó a un sillón al fondo de la disco para decirme que “si yo quería”, “podíamos llevárnosla tranquila”, y primero ser amigas, peor yo
quería más, la razón me gritaba ¡despacio! y otra parte de mi gritaba ¡VE POR
MÁS!
La jalé, la besé, hablamos otras tres palabras, y de
repente la tenía encima de mí besándome, con una pierna entre las mías,
moviéndose toda ella, no sé que me pasó, pero me puse ¡loca!, su pierna no
dejaba de moverse rítmicamente estimulando todo mi sexo, sus ¡senos!, ¡sus
besos!, yo estaba gimiendo como poseída, todo giraba y yo simplemente gozaba,
no se si me vine, la experiencia fue más que eso, fue deliciosa.
Ella decía cosas como: “me gustaría estar desnuda, tocar
tus senos, lamerte”, estas palabras solo me sacaron más jadeos, mordí sus
pezones mientras empujaba sus nalgas hacia mí, para que no dejara de tocarme y
su pierna fuera más fuerte y rápido, seguimos besándonos más pausadamente,
cuando la amiga, celestina incómoda, llegó para romper el hechizo ¿Nos vamos?
Eso no importó, yo estaba maravillada, solo faltaba
amar a esa mujer, mi benévola besadora, ¡que vivencia!, teniendo en cuenta que
jamás había fajado con nadie sin conocerle y menos a una mujer; después de lo
que yo llamo “mi primera experiencia lésbica del sillón” Ana me sugirió ir a
otro lado, pero ese día no sería.
Tuvo que pasar una semana para encontrar a Ana otra
vez en la jardinera, después de dos horas de espera, la ida y la vuelta de casa,
y miles de detalles, llamadas, ideas, risas, la hallé sentada, con ojos y
sonrisa de quien sabe que ha hecho algo mal y fue perdonada.
Lo que siguió fueron solo besos, abrazos, caricias,
explicaciones sin sentido, caderas, cabello, manos, mareo, cosquillas, nervios,
felicidad, la noche se iluminó con verla, el peligro desapareció con sus brazos
y la incertidumbre se escapó con un beso, el tiempo se desvaneció y ya no era
importante la hora, la noche, los reproches.
El regalo, un disco de Aute, maravilloso, me encantó
y fue mi preferido muchos años, ese día fuimos al mismo antro gay de nuestro
primer beso, bailamos, nos besamos y dejamos que crecieran carisias subidas de
tono, tocar sus senos, sus manos en mi cintura, pellizcos a los pezones sobre
la tela, estrujar sus nalgas, sus labios en mi cuello y arrinconarla contra la
pared, fueron algunas de las demostraciones de deseo, que tuvimos que frenar un
poco al salir del lugar, caminamos sin rumbo por la Zona Rosa besándonos en
cada esquina, buscando cualquier momento oportuno, aprovechando cada portón o
establecimiento cerrado, y llegamos a un Sanborns para seguir hablando y seguir
con los besos.
Lo chusco de la noche fue ver al gerente del
establecimiento acercarse a decirnos que nos comportáramos, el señor temblaba,
se le movían los cachetes, incluso la nariz, todo por el coraje de ver a dos
mujeres besarse y reírse de él, en uno de los gabinetes del establecimiento, ya
no podríamos quedarnos ahí toda la noche y, necesitábamos un plan B o regresar
a mi plan “A”, “A” tener sexo esa madrugada.
Yo llevaba toda la noche esperando a que Ana que,
desde mi prospectiva era la lesbiana experta, me sugiriera ir a un hotel, pero ella
mucho hablar, bailar, besarnos, pero de hotel nada, así que viendo que la noche
se me escaparía si no me ponía lista, le
dije directamente que si no pensaba invitarme a un hotel o si tenía planeado
que nos pasáramos la noche en la calle.
Aceptó, llegamos al hotel y ella lo primero que hizo
fue bañarse, yo la esperaba ansiosa en la cama, semidesnuda, con una sonrisa de
oreja a oreja, cuando salió de bañarse, traía una camiseta de esas que te dan
en la campañas políticas, que le cubría todo menos las piernas, no contuve el
comentario guarro:
-
¡Que
bonitas pernas! Fiu fiu (le chiflé), ¡pero si me habías dicho que eran flacas!
-
¿Te
gustan?
-
¡Me
encantan!
Ya me estaba saboreando sus piernas, como gatita
consentida a la lechita caliente, cuando llegó a la cama, apagó la luz, dijo “buenas noches, que descanses”, y me dio
la espalda; yo me quedé de una pieza, con los ojos desorbitados y la boca
abierta, ¡pero habrase visto tanta desfachatez!, me calienta, me baila, me cachondea,
me besa, estamos en el hotel y se duerme, no, eso si que no. Prendí la luz…
-
¿Oye
no vamos a tener sexo?, ¿acaso no quieres hacer el amor?, cuando nos conocimos
estabas muy ansiosa y ahora… parece que somos hermanas o algo así.
Ella volteó con ojos sorprendidos y me dijo
-
¿Quieres?
-
Pues
si, he estado esperando a que me lo propongas toda la noche.
-
Pero
tú dijiste que querías ir despacio.
-
Si,
en eso de te amo y eres mi novia, pero no en el sexo.
-
Pues
no te entendí, creí que en todo.
-
Bueno,
¿quieres hacerlo o no?
-
Si.
Y Ana apagó la luz, volvimos a besarnos, me quitó la
ropa, sus piernas deliciosas rodeándome, sus besos embriagadores, su cuerpo
desnudo de bajo de la camiseta, me besó toda, bajó por mi cuerpo, se detuvo en
los senos, el abdomen, llegó a mi vulva y comenzó a lamer, yo que estaba a mil
por hora, en un segundo me apague, justo un milímetro antes de llegar, me llené
de incertidumbre y fue como si un interruptor se pagara en mi cuerpo.
Es terrible cuando me pasa, esa sensación que yo
llamo de “trabarse”, siempre me llega en mal momento, estoy tan excitada y choco
contra una pared invisible que no me deja pasar, el orgasmo pareciera estar a
la vuelta de una lamida y no llega, aunque sea tanto lo que siento que podría
explotar, se me resbala y no lo atrapo, llegó un momento en que dejé de
intentarlo y decidí no presionarme para alcanzar lo, eso no era importante,
tenía que seguir con lo que obsesionaba mi cabeza, su cuerpo de mujer.
Y prendí la luz, para verla, para ver todos los
detalles de su cuerpo, le quiete la ropa y la vi, era la primera vez que tenía
a una mujer desnuda, para contemplarla y desearla, para disfrutar del panorama
solamente, al ver su cuerpo despojado de la telita que no se había quitado, fue
un flechazo, que hermoso es el cuerpo de las mujeres, que hermoso es su cuerpo,
la observe y acaricié un buen rato, imagino mi cara, los ojos recargados de
lujuria, la boca abierta, la sorpresa maravillada en la cara…
Y ella pagó la luz, acto seguido yo la prendí…
-
Déjame
verte.
-
Pero
para que, se estiró y apagó la luz.
-
Es
la primera vez que lo hacemos y quiero verte, prendí la luz.
-
Esto
se hace con la luz apagada, apagó la luz.
-
Quiero
verte, es mi primera vez no he visto a una mujer desnuda y quiero verte,
encendí la luz.
-
Pero…
-
Por
favor dije yo implorante, con ojos de tristeza, (lo necesitaba porque faltaba
lo mejor, abrir sus piernas y ver su vulva, para luego olerla y saborearla), por
favor… volvía repetir suplicante, y por fin la luz quedo encendida para ser mi
testigo.
Después de acariciar su cuerpo y, observar como ella
cerraba pudorosa las piernas, manteniéndolas flexionadas, con delicadeza las abrí,
casi me vengo en el instante en el que pude ver su vulva, me mareo y siento
como el cuerpo se me desarticula solo de recordarlo.
Que encantadora, hermosa, atractiva, bella,
asombrosa, guapa, bonita ¿habrá una palabra que puede describir la belleza de
su vulva? Creo que no, que no existe, y luego olerla que olor tan delicioso, yo
estaba en éxtasis, nada que ver con el olor que describen el vox populi, olor a
pescado, ¡Mentira!, nada más lejos de la realidad, en su lugar, olor a sexo
embriagante, olor a maderas, a mujer, un olor a veces acido o cremoso y, el
sabor ¡hay! mi diosa, el sabor, probarla fue otra gozosa experiencia, escucharla
gemir débilmente al tener un orgasmo, moverse así como solo una mujer podría
hacerlo, con las pierna abiertas, mojada, con la cadera amplia moviéndose al
ritmo de mi boca y mi cuerpo entero.
Penetrarla fue la cereza del pastel, el colmo de la
delicia y ver su cara llena de placer otro tanto, para después perderme en la
desbocada lujuria de tenerla, mi cuerpo sobre el de ella, sus senos en mis
manos, sus pezones erectos en mi boca, tener sus caderas tan marcadamente
redondas y jugosas en mis manos, en mi pubis, en mis piernas.
Jamás había experimentado la sensación de que el
placer me ahoga y de no podre contenerlo más, pero al mismo tiempo, no saber
bien como sacarlo de mi cuerpo, así que intente de todo, subirme en su nalgas,
un manjar que me di a la tarea de
explorar con deleite, aunque no me atreví a besar por pudor.
Me subí en ella y frote mi clítoris contra su
cadera, restregué mis senos con los suyos, frote mi vulva con su pubis, agarré
sus brazos fuerte mente con mis manos y la besé locamente, ahí fue cuando me di
cuenta de que ya no estaba escuchándola, que tal vez había sido brusca o poco
atenta, respiré hondo para apaciguar el deseo y la lujuria atoradas en mi
garganta y en mi pecho, en mi vientre y en mis piernas que cosquilleaban tanto que
casi me dolía.
-
¿Estás
bien?
-
Si,
estoy muy bien.
-
Perdóname,
¿te hice daño?
-
No.
-
¿Segura,
estas bien?, ¿quieres que haga algo más?, ¿Llegaste?, ¿lo hice bien?
-
Estoy
bien, no me lastimaste, oye, para no saber y ser nueva parece que tú eres la lesbiana
experta y no yo, como tú me dices a mí.
-
¿Entonces
lo hice bien?
-
Más
que bien, lo hiciste muy bien
-
¿Y
llegaste?, ¿Tuviste un orgasmo?
-
¿Si
claro, no me sentiste?
-
Si
pero siempre es mejor preguntar
-
Me
sorprendes, ¿no que no habías tenido sexo con un mujer?, ¿entonces donde
aprendiste todo esto?
-
No,
con una mujer no, pero si he tenido sexo, no salí del convento, además intuí
que si a mi me gusta, seguro a ti también, porque eres mujer.
-
¿Pero
tú tuviste un orgasmo?
-
No
-
Si
quieres lo podemos intentar de nuevo
-
No,
me trabé y se siente muy feo, no quiero frustrarme intentándolo otra vez y que
esta experiencia sea desagradable.
-
Pero
si quieres te lo vuelvo a hacer.
-
No,
ya no, es muy tarde, son las 4 de la mañana y debemos trabajar en unas horas.
Debo confesar que nunca había faltado a mi casa para
quedarme en un hotel y tener sexo, eso y el hecho de no haber tenido un orgasmo,
se mescló con el deseo y la sorpresa de su cuerpo, por lo que me sentí
confundida, tal vez más de lo que estaba antes, ¿como era eso de que disfrute
tanto su cuerpo y tenerla, pero no logré un orgasmo?, ¿total era lesbiana o no?
Al día siguiente desperté y se me había hecho tarde,
dormí de más, por más que me apresurara, no llegaría a la hora al trabajo, tuve
que avisar, al colgar, con Ana en la cama a mi lado, empecé a temblar y llorar,
bien no sé de que, tal vez porque no fue lo que yo esperaba (la cogida del
siglo de mi vida), tal vez porque estaba más confundida, porque sabía que no
dejaría nunca más de desear mujeres, porque llegaría tarde al trabajo o que
jamás sería quien era después de probarla y verla.
Pero todo esto no me amilanó lo suficiente como para
no seguir explorándola, ¿nos bañamos?, me baño yo primero dijo ella, la dejé
entrar y preparar el agua y una vez mojada y desnuda… entre con ella, para
seguir viéndola y tocándola, la experiencia de mis manos enjabonadas
recorriendo su piel, su cuerpo, su nalgas y caderas, y ella con reparos, ¡oye!,
¡Ay!, ¡no!, ¡uy!, Pero la luz, ¿como te metes conmigo a bañar?, pero mis besos
y mi ardor acallaron su quejas y su recato, y yo pensé: pero que apretadas son la lesbianas,
ahora resulta que no se puede meter una con ellas a bañarse, porque se espantan
o ¿será ella nada más?, pero yo me encargo de que se le quite la vergüenza.
No volví a penetrarla o a darle gustito a mi orejas
como dice la canción de Raimundo Amador “Ay que gustito pa mis orejas,
enterradito entre tus piernas…” pero si pude volver a verla y recórrela a mis
anchas, la vi saltar de sensaciones, y la besé largo y profundo, el agua caliente
recorriéndonos fue un buen tónico para empezar el día.
Pero tuvimos que salir de la regadera, el mundo
seguía girando y los compromisos no esperan, así que nos vestimos y salimos del
hotel, yo feliz después de la regadera, y por llevarla de la mano, pero también
con una sombra al fondo, el orgasmo, ¿soy o no soy? he cambiado, llego tarde…
Escrito por: Elena Vega
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Gracias
Elena Vega