miércoles, 10 de febrero de 2016

CUENTO ERÓTICO LÉSBICO: MI PRIMERA VEZ

Este cuento fue escrito para concursar en una convocatoria que lanzó la editorial: “Los libros del Sábado”, el premio era ser publicada, yo creí que era por activismo lésbico gratuito, luego supe que ellas cobran por el libro virtual y yo nada, así que difunde el cuento.

Mi primera vez

Hace ya tantos años que me parece como una película, algo que le pasó a una mujer que
ya no soy yo, recuerdo miles de detalles de ese día aunque soy de lo más desmemoriada, seguro es por que cambió mi vida.
Es una tarde de esas en las que no hace ni frio ni calor, y ahí estoy, una joven de 27 años justo el día de su cumpleaños, sentada en una de las jardineras de la glorieta de insurgentes, la que da a la salida de la Zona Roza, esperando ansiosa, con el estómago revuelto, el corazón palpitando y miles de ideas en la cabeza, a que Ana, con quien me cité para celebrar mi cumpleaños, llegue.
Vestida con pantalón formal y una blusa un poco atrevida para mi gusto (en ese entonces), transparente pero con una camisetita sin mangas debajo, un suéter café, el cabello suelto que no acostumbraba y, con algo de maquillaje en la cara, que tampoco solía llevar, con una sonrisa como clavada con tachuelas por pensar en lo que pasará cuando ella, Ana, llegue.
La decisión estaba tomada, ese sería el día, EL DÍA con mayúsculas, en que probaría de una vez por todas si esto de las mujeres era para mí o no, esa tarde me acompañaban la confusión, las sensaciones revueltas, pero sobre todo, las ideas agitadas en el estómago, como la mar una noche de tormenta.
Esas mismas pero con mayor fuerza e intensidad, que no me habían dejado estar en paz desde que la idea se coló por mi cabeza; iluminando la vida, las relaciones, mi historia, de una luz diferente, las predominantes desde esa tarde en la sala de una amiga, en una isla del caribe y, que dominarían mi vida por lo menos una década: “me gustan las mujeres”, “soy mujer y me gustan las mujeres”, y seguidas de ésas, otras cómo: “me gusta Lola”, “me gusta Erika”, “me han gustado muchas mujeres” y ¡oh! Sorpresa: “¡a muchas mujeres que conozco, les gustan las mujeres!”.
Si hubiera sido tan fácil como tenerlo claro, pero luego todo lo revolví con preguntas y desencuentros, dudas y sensaciones, inquietudes y metidas de pata, dolor, despedida, alegría, ansiedad, deseo, miedo, enamoramiento, amor, alegría, todo revuelto en unos meses, en unas semanas en unos días, para llegar a ese momento, yo sentada esperando, respirando profundo para calmar la tormenta, respirando profundo para que no se desborde la presa y, seguir esperando, y que ella llegue, y besarla, y tenerla, y que por fin ella me lo proponga, y entonces…
Se hizo tarde, poco a poco el sol tímido de la tarde de febrero del D.F. se hizo crepúsculo, ese momento de la tarde noche, donde sabes que si no encuentras un lugar o rumbo adecuado, la oscuridad te tomará desprevenida, te vulnerará y te atrapará en su velo de peligro inminente, porque te reñirán en casa, porque deja de pasar el transporte, porque a esa hora te enseñan que asaltan, violan, matan, aunque todo esto también pase de día.
Que decepción y que coraje, ni una llamada para decir que llega tarde, un mensaje de texto para avisar que no llega, nada, nada, ¡nada!, solo ilusiones que se quedan en el piso como chicles tirados y apastados en el suelo de la glorieta.
Entonces si que se fue la confusión, todo estaba claro, solo dos colores, rojo y gris, enojo y tristeza, después de dos horas de espera, me levante furibunda con el enojo en todo el cuerpo, y pocas palabras en la cabeza: soy idiota, me ilusioné a lo bestia, pero no me vuelve a pasar.
El viaje de regreso a casa, triste, con la decepción colgada en la espalda, los pies y la mirada, y la firme promesa, esto se termina aquí, no más salidas, no más mujeres, bien portada y heterosexual es lo que seré de hoy en adelante.
Pero más rápido cae una promesa de este tamaño, que una lesbiana caliente ante la llamada de una mujer dispuesta, fue solo llegar a casa que el teléfono sonó, y del otro lado del auricular se escuchó la voz de Ana, pidiendo perdón por llegar tarde, fue la primera vez que escuche las excusas  que debí intuir serían el pan nuestro de cada día si me quedaba con ella, el trabajo, sin señal, no quise retrasarme, estaba en Toluca, me quede atrapada en al carretera, te traje un regalo, solo déjame verte cinco minutos, viaje de muy lejos, perdón…
El regreso fue un suspiro, todas las emociones revueltas otra vez en las manos, la sonrisa, los ojos brillantes, en cabello enredado, el retoque del labial, el corazón desbocado, para llegar al punto donde nos conocimos una semana antes y nos vimos por primera vez, la jardinera.
Ese espacio en el universo que siempre me recordará la noche en la que la besé por primera vez, las presentaciones, mis quejas y las suyas, una conocida que sirvió de celestina, y luego sus labios rosando el lóbulo de mi oreja, tratando de que yo escuchara a pesar del ruido de la música del antro donde nos refugiamos.
¡Ella se acercaba tanto!, hablaba algo del gobierno, los candidatos, su trabajo como periodista, pero mi espalda no sabía de candidatos, solo entendía que su voz me hacía cosquillas y mi espalda parecía ser un armiño retorciéndose por ser acariciado.
No pude más, voltee la cabeza, nos vimos a los ojos un instante, mientras por dentro yo gritaba ¡Bésame!, ¡Bésame!, nos besamos.
Después del beso fui yo quien acerco mucho los labios a su oreja y le dije insinuante: “Es la primera vez que beso a una mujer", su actitud cambió por completo, me llevó a un sillón al fondo de la disco para decirme que “si yo quería”, “podíamos llevárnosla tranquila”, y primero ser amigas, peor yo quería más, la razón me gritaba ¡despacio! y otra parte de mi gritaba ¡VE POR MÁS!
La jalé, la besé, hablamos otras tres palabras, y de repente la tenía encima de mí besándome, con una pierna entre las mías, moviéndose toda ella, no sé que me pasó, pero me puse ¡loca!, su pierna no dejaba de moverse rítmicamente estimulando todo mi sexo, sus ¡senos!, ¡sus besos!, yo estaba gimiendo como poseída, todo giraba y yo simplemente gozaba, no se si me vine, la experiencia fue más que eso, fue deliciosa.
Ella decía cosas como: “me gustaría estar desnuda, tocar tus senos, lamerte”, estas palabras solo me sacaron más jadeos, mordí sus pezones mientras empujaba sus nalgas hacia mí, para que no dejara de tocarme y su pierna fuera más fuerte y rápido, seguimos besándonos más pausadamente, cuando la amiga, celestina incómoda, llegó para romper el hechizo ¿Nos vamos?
Eso no importó, yo estaba maravillada, solo faltaba amar a esa mujer, mi benévola besadora, ¡que vivencia!, teniendo en cuenta que jamás había fajado con nadie sin conocerle y menos a una mujer; después de lo que yo llamo “mi primera experiencia lésbica del sillón” Ana me sugirió ir a otro lado, pero ese día no sería.
Tuvo que pasar una semana para encontrar a Ana otra vez en la jardinera, después de dos horas de espera, la ida y la vuelta de casa, y miles de detalles, llamadas, ideas, risas, la hallé sentada, con ojos y sonrisa de quien sabe que ha hecho algo mal y fue perdonada.
Lo que siguió fueron solo besos, abrazos, caricias, explicaciones sin sentido, caderas, cabello, manos, mareo, cosquillas, nervios, felicidad, la noche se iluminó con verla, el peligro desapareció con sus brazos y la incertidumbre se escapó con un beso, el tiempo se desvaneció y ya no era importante la hora, la noche, los reproches.
El regalo, un disco de Aute, maravilloso, me encantó y fue mi preferido muchos años, ese día fuimos al mismo antro gay de nuestro primer beso, bailamos, nos besamos y dejamos que crecieran carisias subidas de tono, tocar sus senos, sus manos en mi cintura, pellizcos a los pezones sobre la tela, estrujar sus nalgas, sus labios en mi cuello y arrinconarla contra la pared, fueron algunas de las demostraciones de deseo, que tuvimos que frenar un poco al salir del lugar, caminamos sin rumbo por la Zona Rosa besándonos en cada esquina, buscando cualquier momento oportuno, aprovechando cada portón o establecimiento cerrado, y llegamos a un Sanborns para seguir hablando y seguir con los besos.
Lo chusco de la noche fue ver al gerente del establecimiento acercarse a decirnos que nos comportáramos, el señor temblaba, se le movían los cachetes, incluso la nariz, todo por el coraje de ver a dos mujeres besarse y reírse de él, en uno de los gabinetes del establecimiento, ya no podríamos quedarnos ahí toda la noche y, necesitábamos un plan B o regresar a mi plan “A”, “A” tener sexo esa madrugada.
Yo llevaba toda la noche esperando a que Ana que, desde mi prospectiva era la lesbiana experta, me sugiriera ir a un hotel, pero ella mucho hablar, bailar, besarnos, pero de hotel nada, así que viendo que la noche se me escaparía si no  me ponía lista, le dije directamente que si no pensaba invitarme a un hotel o si tenía planeado que nos pasáramos  la noche en la calle.
Aceptó, llegamos al hotel y ella lo primero que hizo fue bañarse, yo la esperaba ansiosa en la cama, semidesnuda, con una sonrisa de oreja a oreja, cuando salió de bañarse, traía una camiseta de esas que te dan en la campañas políticas, que le cubría todo menos las piernas, no contuve el comentario guarro:
-        ¡Que bonitas pernas! Fiu fiu (le chiflé), ¡pero si me habías dicho que eran flacas!
-        ¿Te gustan?
-        ¡Me encantan!
Ya me estaba saboreando sus piernas, como gatita consentida a la lechita caliente, cuando llegó a la cama, apagó la luz, dijo “buenas noches, que descanses”, y me dio la espalda; yo me quedé de una pieza, con los ojos desorbitados y la boca abierta, ¡pero habrase visto tanta desfachatez!, me calienta, me baila, me cachondea, me besa, estamos en el hotel y se duerme, no, eso si que no. Prendí la luz…
-        ¿Oye no vamos a tener sexo?, ¿acaso no quieres hacer el amor?, cuando nos conocimos estabas muy ansiosa y ahora… parece que somos hermanas o algo así.
Ella volteó con ojos sorprendidos y me dijo
-        ¿Quieres?
-        Pues si, he estado esperando a que me lo propongas toda la noche.
-        Pero tú dijiste que querías ir despacio.
-        Si, en eso de te amo y eres mi novia, pero no en el sexo.
-        Pues no te entendí, creí que en todo.
-        Bueno, ¿quieres hacerlo o no?
-        Si.
Y Ana apagó la luz, volvimos a besarnos, me quitó la ropa, sus piernas deliciosas rodeándome, sus besos embriagadores, su cuerpo desnudo de bajo de la camiseta, me besó toda, bajó por mi cuerpo, se detuvo en los senos, el abdomen, llegó a mi vulva y comenzó a lamer, yo que estaba a mil por hora, en un segundo me apague, justo un milímetro antes de llegar, me llené de incertidumbre y fue como si un interruptor se pagara en mi cuerpo.
Es terrible cuando me pasa, esa sensación que yo llamo de “trabarse”, siempre me llega en mal momento, estoy tan excitada y choco contra una pared invisible que no me deja pasar, el orgasmo pareciera estar a la vuelta de una lamida y no llega, aunque sea tanto lo que siento que podría explotar, se me resbala y no lo atrapo, llegó un momento en que dejé de intentarlo y decidí no presionarme para alcanzar lo, eso no era importante, tenía que seguir con lo que obsesionaba mi cabeza, su cuerpo de mujer.
Y prendí la luz, para verla, para ver todos los detalles de su cuerpo, le quiete la ropa y la vi, era la primera vez que tenía a una mujer desnuda, para contemplarla y desearla, para disfrutar del panorama solamente, al ver su cuerpo despojado de la telita que no se había quitado, fue un flechazo, que hermoso es el cuerpo de las mujeres, que hermoso es su cuerpo, la observe y acaricié un buen rato, imagino mi cara, los ojos recargados de lujuria, la boca abierta, la sorpresa maravillada en la cara…
Y ella pagó la luz, acto seguido yo la prendí…
-        Déjame verte.
-        Pero para que, se estiró y apagó la luz.
-        Es la primera vez que lo hacemos y quiero verte, prendí la luz.
-        Esto se hace con la luz apagada, apagó la luz.
-        Quiero verte, es mi primera vez no he visto a una mujer desnuda y quiero verte, encendí la luz.
-        Pero…
-        Por favor dije yo implorante, con ojos de tristeza, (lo necesitaba porque faltaba lo mejor, abrir sus piernas y ver su vulva, para luego olerla y saborearla), por favor… volvía repetir suplicante, y por fin la luz quedo encendida para ser mi testigo.
Después de acariciar su cuerpo y, observar como ella cerraba pudorosa las piernas, manteniéndolas flexionadas, con delicadeza las abrí, casi me vengo en el instante en el que pude ver su vulva, me mareo y siento como el cuerpo se me desarticula solo de recordarlo.
Que encantadora, hermosa, atractiva, bella, asombrosa, guapa, bonita ¿habrá una palabra que puede describir la belleza de su vulva? Creo que no, que no existe, y luego olerla que olor tan delicioso, yo estaba en éxtasis, nada que ver con el olor que describen el vox populi, olor a pescado, ¡Mentira!, nada más lejos de la realidad, en su lugar, olor a sexo embriagante, olor a maderas, a mujer, un olor a veces acido o cremoso y, el sabor ¡hay! mi diosa, el sabor, probarla fue otra gozosa experiencia, escucharla gemir débilmente al tener un orgasmo, moverse así como solo una mujer podría hacerlo, con las pierna abiertas, mojada, con la cadera amplia moviéndose al ritmo de mi boca y mi cuerpo entero.
Penetrarla fue la cereza del pastel, el colmo de la delicia y ver su cara llena de placer otro tanto, para después perderme en la desbocada lujuria de tenerla, mi cuerpo sobre el de ella, sus senos en mis manos, sus pezones erectos en mi boca, tener sus caderas tan marcadamente redondas y jugosas en mis manos, en mi pubis, en mis piernas.
Jamás había experimentado la sensación de que el placer me ahoga y de no podre contenerlo más, pero al mismo tiempo, no saber bien como sacarlo de mi cuerpo, así que intente de todo, subirme en su nalgas, un manjar que me di  a la tarea de explorar con deleite, aunque no me atreví a besar por pudor.
Me subí en ella y frote mi clítoris contra su cadera, restregué mis senos con los suyos, frote mi vulva con su pubis, agarré sus brazos fuerte mente con mis manos y la besé locamente, ahí fue cuando me di cuenta de que ya no estaba escuchándola, que tal vez había sido brusca o poco atenta, respiré hondo para apaciguar el deseo y la lujuria atoradas en mi garganta y en mi pecho, en mi vientre y en mis piernas que cosquilleaban tanto que casi me dolía.
-        ¿Estás bien?
-        Si, estoy muy bien.
-        Perdóname, ¿te hice daño?
-        No.
-        ¿Segura, estas bien?, ¿quieres que haga algo más?, ¿Llegaste?, ¿lo hice bien?
-        Estoy bien, no me lastimaste, oye, para no saber y ser nueva parece que tú eres la lesbiana experta y no yo, como tú me dices a mí.
-        ¿Entonces lo hice bien?
-        Más que bien, lo hiciste muy bien
-        ¿Y llegaste?, ¿Tuviste un orgasmo?
-        ¿Si claro, no me sentiste?
-        Si pero siempre es mejor preguntar
-        Me sorprendes, ¿no que no habías tenido sexo con un mujer?, ¿entonces donde aprendiste todo esto?
-        No, con una mujer no, pero si he tenido sexo, no salí del convento, además intuí que si a mi me gusta, seguro a ti también, porque eres mujer.
-        ¿Pero tú tuviste un orgasmo?
-        No
-        Si quieres lo podemos intentar de nuevo
-        No, me trabé y se siente muy feo, no quiero frustrarme intentándolo otra vez y que esta experiencia sea desagradable.
-        Pero si quieres te lo vuelvo a hacer.
-        No, ya no, es muy tarde, son las 4 de la mañana y debemos trabajar en unas horas.
Debo confesar que nunca había faltado a mi casa para quedarme en un hotel y tener sexo, eso y el hecho de no haber tenido un orgasmo, se mescló con el deseo y la sorpresa de su cuerpo, por lo que me sentí confundida, tal vez más de lo que estaba antes, ¿como era eso de que disfrute tanto su cuerpo y tenerla, pero no logré un orgasmo?, ¿total era lesbiana o no?
Al día siguiente desperté y se me había hecho tarde, dormí de más, por más que me apresurara, no llegaría a la hora al trabajo, tuve que avisar, al colgar, con Ana en la cama a mi lado, empecé a temblar y llorar, bien no sé de que, tal vez porque no fue lo que yo esperaba (la cogida del siglo de mi vida), tal vez porque estaba más confundida, porque sabía que no dejaría nunca más de desear mujeres, porque llegaría tarde al trabajo o que jamás sería quien era después de probarla y verla.
Pero todo esto no me amilanó lo suficiente como para no seguir explorándola, ¿nos bañamos?, me baño yo primero dijo ella, la dejé entrar y preparar el agua y una vez mojada y desnuda… entre con ella, para seguir viéndola y tocándola, la experiencia de mis manos enjabonadas recorriendo su piel, su cuerpo, su nalgas y caderas, y ella con reparos, ¡oye!, ¡Ay!, ¡no!, ¡uy!, Pero la luz, ¿como te metes conmigo a bañar?, pero mis besos y mi ardor acallaron su quejas y su recato, y yo  pensé: pero que apretadas son la lesbianas, ahora resulta que no se puede meter una con ellas a bañarse, porque se espantan o ¿será ella nada más?, pero yo me encargo de que se le quite la vergüenza.
No volví a penetrarla o a darle gustito a mi orejas como dice la canción de Raimundo Amador “Ay que gustito pa mis orejas, enterradito entre tus piernas…” pero si pude volver a verla y recórrela a mis anchas, la vi saltar de sensaciones, y la besé largo y profundo, el agua caliente recorriéndonos fue un buen tónico para empezar el día.
Pero tuvimos que salir de la regadera, el mundo seguía girando y los compromisos no esperan, así que nos vestimos y salimos del hotel, yo feliz después de la regadera, y por llevarla de la mano, pero también con una sombra al fondo, el orgasmo, ¿soy o no soy? he cambiado, llego tarde…
Escrito por: Elena Vega


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